Cualquier persona que trate de llevar una auténtica vida interior necesita, como decía San Pablo, orar continuamente. Teófano el Recluso, monje y obispo ruso del siglo XIX, nos da algunos consejos prácticos para conseguirlo:

Repetir durante el trabajo, durante nuestras ocupaciones, sean cuales fueren, una fórmula sencilla de oración que nos acerque a Dios. Puede ser una sencilla jaculatoria que nos ayude a sujetar nuestra inestable imaginación.

Poco a poco hay que procurar que esta sencilla jaculatoria vaya bajando de los labios al corazón. De esta manera el pensamiento se adhiere a la oración y a través de la oración al recuerdo continuo de Dios.

La auténtica oración interior comienza cuando ponemos nuestra atención en el corazón hasta que la oración se convierte en un sentimiento de amor hacia Dios. Este sentimiento de amor hacia Dios nos debe acompañar en nuestras lecturas espirituales en nuestros trabajos y en los tiempos dedicados a la oración litúrgica.

Si nos falta este sentimiento del corazón nuestra oración será una pura fórmula sin alma, un vestido que recubre ningún cuerpo, o un cuerpo sin alma, nos dice Teófano el Recluso. El monje ruso es consciente de que pide mucho, por eso exclama: “¡Oh Dios mío, qué rigor, pero no se pueden decir estas cosas de otra manera que como son!”

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