En definitiva santa Teresa es una mística y, en cuanto tal, sumamente sensible al misterio de Dios y de su presencia en el hombre.

Para ella, la contemplación es el habitual puerto de destino de todo orante. Más aún, es la tabla de salvación de la oración en los momentos de crisis y de aridez. Por tanto, resulta natural su interés por encaminar al principiante a esta ribera de la contemplación.

Así, educar en la contemplación equivale a despertar y desarrollar en el orante el sentido de Dios; desarrollar en él la capacidad de admiración, silencio, adoración, ante el misterio divino; irlo disponiendo poco a poco a la pasividad, a la acogida de la acción del Espíritu que habla dentro de nosotros… para liberarlo finalmente del reclamo de los sentidos y de lo sensible, superar la dispersión de los pensamientos y abandonarse a Él para poder decir: venga tu reino, hágase tu voluntad, y así hacer sitio a una permanente actitud contemplativa de la vida y a un discernimiento práctico en la acción.

De un autor moderno

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