Origen y Desarrollo de la Orden de la Cartuja hoy
San Bruno (1030-1101), junto con seis compañeros, clérigos y seglares, fue el iniciador de un género de vida monástica que con el tiempo daría lugar al nacimiento de la Orden de la Cartuja.
Con la ayuda del obispo de Grenoble san Hugo, el año 1084, san Bruno y sus compañeros se retiraron a un lugar salvaje y solitario de las montañas alpinas de Chartreuse, a unos cuarenta kilómetros de Grenoble. Esta fue la primera fundación. San Bruno fue llamado muy pronto por el Papa Urbano II para que le ayudara en las labores de la curia pontificia. Pero al fundador, alma solitaria y contemplativa, no le iba bien el ambiente de la corte pontificia y pidió al Papa que le dejara volver a su amada soledad del desierto de Chartreuse. Urbano II se lo concedió a medias. Primero le ofreció la sede episcopal de Reggio (Calabria), que san Bruno rechazó y luego le permitió retirarse a la soledad y fundar un eremitorio en una zona boscosa de Calabria. Así nació lo que podríamos llamar la segunda cartuja, el eremitorio de Santa María de la Torre. Allí murió san Bruno el año 1101, pero por los avatares de la historia, años más tarde todo el complejo monástico de Calabria se transformaría en un monasterio del Cister. La vida eremítica vivida en comunidad, característico de la Cartuja, seguirá sin embargo viva y pujante en la primera fundación de Chartreuse hasta nuestros días.
La espiritualidad de San Bruno en otros países
No parece que ni san Bruno ni los humildes ermitaños de las montañas de Chartreuse tuviesen la intención de fundar una Orden religiosa, pero varios eremitorios de la zona pidieron por mediación de Hugo, el santo obispo de Grenoble, seguir el género de vida de los cartujos. Fue entonces cuando el joven prior de Chartreuse Guigo I, amigo de san Bernardo de Claraval, compuso para ellos las “Consuetudines”, es decir, las “Costumbres” que regían la vida de los monjes de Chartreuse. Así, bien pronto, por el año 1124, se unieron a Chartreuse los eremitorios de Portes, San Sulpicio y Meyría, en Francia. En 1151 había ya 14 casas que seguían las normas de las “Costumbres” de Chartreuse. En 1176 la Orden fue aprobada por el Papa Alejandro III y en 1205 por Inocencio III.
La Orden
Cartuja
alcanza
su auge
En 1258 eran ya 56 los monasterios. Fue en el siglo XIV cuando la Orden tuvo un auge numérico importante en toda Europa con la fundación de 113 casas, de forma que en 1360 estaba integrada por 16 provincias y 170 monasterios.
Las provincias eran: Génova, Provenza, Aquitania, Cataluña, Castilla, Borgoña, Francia, Picardía, Teutonia en Países Bajos, Alemania Superior, Alemania Inferior, Lombardía, Toscana e Inglaterra. En el siglo xv fueron fundadas 44 casas. En la primera mitad del siglo XVI había en conjunto 206 cartujas, y en el curso de aquella centuria, con la implantación de la Reforma protestante, fueron destruidas 39 casas sobre todo en Centroeuropa e Inglaterra, donde hubo mártires cartujos por su fidelidad al Papa. Lo cierto es que en este siglo, a pesar de las persecuciones religiosas, de las guerras y saqueos, todavía se efectuaron 13 fundaciones.
En 1559 fue proyectada una fundación en Méjico, pero no se llevó a efecto por la oposición del rey de España, Felipe II. En 1607 había 3.800 cartujos repartidos en 170 monasterios. De 1600 a 1667 fueron fundados 22 monasterios.
La influencia
de los cambios
políticos
en la Orden
José II, emperador de Austria, suprimió 24 cartujas. Llegó en 1789 la Revolución francesa que cerró todas las cartujas de Francia y el superior general tuvo que residir en Italia, no teniendo más que algunos monjes bajo su dependencia. En 1816 se les permitió volver a la Gran Cartuja y establecerse en otras casas de Francia y de otros países. En España, en 1835 a causa de la llamada Desamortización de Mendizábal, el gobierno incautó todos los monasterios, que fueron puestos a subasta pública y los monjes obligados a ingresar en el clero secular o a exilarse en el extranjero.
A comienzos del siglo XX el gobierno francés, profundamente antirreligioso, cerró y se apropió de todos los monasterios, y los numerosos cartujos franceses se vieron obligados a exilarse en viejas cartujas de España medio abandonadas como Aula Dei (Zaragoza) y Montalegre (Barcelona), o en la nueva cartuja de Parkminster, en el sur de Inglaterra. El P. General y los monjes de la Gran Cartuja tuvieron que refugiarse en Italia, en la cartuja de Farneta, no lejos de Pisa. Pudieron volver audazmente con sólo un permiso verbal a la Gran Cartuja en 1940, en plena segunda guerra mundial.