Para el cristiano, el ayuno es más que una práctica de piedad, que también lo es; es signo de disponibilidad hacia el Señor y hacia su Palabra.

Privarse de alimentos es proclamar qué es lo único necesario y realizar un gesto profético en una sociedad que de modo subliminal y machacón nos crea continuas necesidades y nuevas satisfacciones.

Tomar distancia de las cosas es buscar lo esencial: Abrirse al Señor, crear espacios para escucharle.

El ayuno, por tanto, es mucho más que privarse de alimentos y afecta a algo más que al estómago. Afecta al hombre entero, porque es la conversión del corazón.

De un autor moderno

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