Cuando la ocasión se presente, renuncia con alegría a ti mismo, a tu propia opinión y voluntad por seguir las de otro; no intentes disimular tus miserias ni evitar las reprimendas y el rubor espiritual, sino desea la humillación; no justifiques tus faltas y no ocultes ni tapes todo lo que haya en ti de reprensible, sobre todo si es algo evidente o no escandaliza.

Pero ten en cuenta esto: no debes buscar ninguna de estas cosas, ni las reprimendas ni los oprobios.

Puedes desearlas y, cuando lleguen, recibirlas pacientemente, salvada, eso sí, tu propia conciencia y la de los otros, de manera que a causa de ellas no des ocasión de pecado ni a ti mismo ni a ningún otro.

Por lo cual, no debes hacer públicos tus defectos ocultos, que son ocultos, ni otros secretos a nadie salvo al prior, al confesor y a tu maestro o director.

Lanspergio (+ 1539) Enchiridion militiae christianae

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