Lo dijo con gran convicción el Papa Pablo VI en la audiencia general del 12 abril 1978:

“Veamos, pues, ¿qué hace la Iglesia? La primera respuesta en la que nos detendremos es espléndida, pero vasta como el océano: ¡La Iglesia ora! Su primera misión, su primer deber, su primera finalidad es la oración. Todos lo saben.

Pero probad a dar solamente la definición de este acto específicamente propio de la Iglesia, y veréis qué inmensidad, qué profundidad, qué belleza trae consigo la oración. Es la primera razón de ser operativa de la Iglesia.

Su mismo nombre define la Iglesia. ¿Acaso no proviene el término Iglesia del de asamblea orante? ¿Y no se confunde tal vez con el término que designa al edificio donde los fieles se reúnen para orar? ¿No es quizás la Iglesia una sociedad religiosa que tiene su razón de ser en el culto a Dios? (cf. S. Th. II-IIae 81). ¿No implica el hecho mismo de la oración toda una concepción de la vida, una filosofía del ser que sitúa a los hombres en una primera categoría fundamental, precisamente la religiosa?

¿Y cuál fue la primera declaración del reciente Concilio sino sobre la liturgia? Y la liturgia, ¿qué es sino el culto público de la Iglesia, su voz comunitaria dirigida al misterio de Dios Padre, mediante Cristo, en el Espíritu Santo?

La liturgia no agota toda la actividad de la Iglesia, como no expresa todas y cada una de las voces de los fieles; a éstos les queda la obligación y la posibilidad del diálogo personal con Dios” (cf. Sacrosanctum Concilium, 13).

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